Dentro de
los recuerdos que tiengo de cuan era crío, ñai uno en don se suceden dos
sentimientos muy propios d’ixa edá: Primero el miedo y de seguida la fantasía.
To lo voy a
contá.
La Sierra era una de las fincas que ñabeba en casa.
Estaba p’el camino Mentirosa. Pa llegaye, se teniba que pasá p’el Barranco
Chardiz. En to’ste trozo era don apareceba el miedo, el primero de los
sentimientos.
Una vez
rebasau el Terrero, se entraba en esta zona en que el camino iba serpentean a
media altura, entre los picachos de las cumbres y all’abaixo, el fondo del
barranco. Era un trozo prou pllano, menos al final que ñabeba una baixada curta
con mucho desnivel. Desde que se comenzaba, después del Terrero, hasta esta
baixada qu’era el final del paso p’el barranco, ñabría casi medio kilómetro. To’l
trozo era muy estrecho. Solo se podeban cruzá dos carros en un par de sitios u
tres.
A los críos,
se mos acostumbraba a monta en los carros pa i a cualquier monte.
Pero ah te gibo!! Cuan iban a la sierra, al llegá a’sta zona solo quereban que mos desmontasen pa seguí a peu. ¡Normal! mirán allá abaixo, con lo estreché qu’era el camino y pensán que se podeban espantá los bajes con cualquier cosa... ¡Uy que tremolique!. Los grans quereban tranquilizate din que no pasaba nada. Qu’el baje de varas era muy manso, qu’ellos estaban allí, que si ocho que si ochenta... si, si; pero yo to’l tiempo con el culo preto hast’acabá de pasalo!!
Una vez rebasau
por fin el barranco, siempre me
apareceba el otro sentimiento, la fantasía. Lo más importante!… te liberabas
del miedo. A la tuya espalda quedaba el barranco con “sus tenebrosos
presagios”. A la drecha una enorme mole de piedra cortada a pico. A la
izquierda la Cova Alonsé, y per debán, después de subí un repechón, las faixas
de la Sierr’Alfaro; en don ben, ben, podeban encontramos a una banda perdices
picotián, o unos conejos paixentan, o unos trucazos volan con el clásico
chuflido que fan al cortá el aire. ¿y per qué no? Una rabosa fuín. Y ya como
colofón de este sueño (perque sueño é), el canto de una cardelina que habeba
veníu a bebé a la fuente Rosalía.
Francho
Chardiz