Coroneta

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Una coroneta cortada per la mitá
COMO VEYÉ LOS ESCRITOS
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domingo, 25 de diciembre de 2011

El baúl de lo imposible

Un cuento dirigiu a los más menudos. Hoy que casi toz los chuegos no desarrollan demasiáu la creatividá, quiere sé una goteta en este mundo de los críos, que les n’endan casi to feito.


Érase una vez, fa muchos, muchos años; cuan España estaba dividida en trozos (Reinos, Condados, Taifas y algunos amos más de per aquí y per allá), ñabeba un Señor muy rico, muy rico, que mandaba en pueblos, villas y ciudades; teniba muchos siervos y vasallos. Se llamaba Don Fabrique Téllez de Montearagón. Estaba casau con Doña Gumersinda de Borgoña y viviban en un palacio grandísimo. Teniban un hijo que se llamaba Beltrán y lo criaban y educaban pa qu’algún día, cuan ellos se fesen muy viejez, heredase toz los suyos dominios, que como tos he dicho, eran muchos.

Palacio

Este matrimonio tamé teniban una hija más chicota. Se llamaba Blanca y era una preciosidá de criatura; graciosa, simpática y traviesa como toz los críos.

A su pare, Don Fabrique, se le caeba la baba con ella y le daba toz los caprichos y tamé le concedeba toz los deseos que se l’antojaban.

Su mullé, Doña Gumersinda, siempre le diba:

            —Mirad, esposo mío, que le estáis dando demasiados caprichos a nuestra hija y la estamos mal criando.
            —¡Ay mi Señora! Quizás tengáis razón. ¿Pero cómo puedo negarle aquello que me pide, con ese encanto tan natural que atesora?

Así van i pasán los años y Blanca creceba y se feba una doncella guapísima. Toz los caballeros solteros que la conoceban quereban casase con ella, perqu’además de se muy guapa sus pares eran muy ricos y al contraé matrimonio la dote sería muy gran.

Doncella

Sus pares le van di un día:

            —Amada hija, ya va siendo hora de que entre todos estos caballeros que te pretenden, escojas a uno para ser tu esposo.

Ella como era muy feliz y estaba muy contenta vivín con sus pares, no teniba ningunas ganas de casase y le va di a su pare:

            —Padre mío, yo solo me casaré con aquel caballero que me traiga un Milandro que cante y que baile.
            —Hija, ¿Pero qué es eso tan raro que pides?
            —Padre, si algún caballero me ama por mi misma, buscará por el mundo entero hasta descubrir y encontrar lo que yo quiero. Debe ser él quien averigüe lo que yo deseo y así me demostrará su amor.

Su pare se va quedá un poco amuinau; pero como siempre l’habeba concediu to lo que quereba, va mandá mensajeros per toz los rincons del reino y de los reinos vecinos, esplicán cual era la condición que meteba su hija pa casase.

Van llegá muchos caballeros lleván las cosas más normals y tamé las más estrambóticas del mundo, habé si aquello era lo que Doña Blanca quereba: Cardelinas, alondras, mirlos, crabas, onsos, monos, elefantes y hasta una culebra cobra de la India. Esto en cuanto animals; pero tamé le van traé: Juglares, trovadores, saltimbanquis y hasta una gitana que cantaba, bailaba y tocaba la pandereta.

Gitana

Pero ella siempre diba lo mismo: Si solo cantaba, que no bailaba; si bailaba que no cantaba, y si cantaba y bailaba que no era un Milandro.

Don Fabrique ya'staba perdén la confianza de qu'alguno podese satisfacé los deseos de su hija. Pero un buen día va llegá a palacio un elegante y apuesto Caballero con una carroza tirada per cuatro caballos bllancos. Estaba engalanada con sedas, cintas, encajes, almadons de pllumas, y to clase d’adornos en mil colós. En el centro de la carroza, iba un baúl precioso, con incrustacions de pedrería, cantoneras de oro y cerrallas de plata, y le va di a Doña Blanca:

            —Aquí, dentro de este baúl, os traigo aquello que tanto anheláis, un Milandro que canta y que baila.

Caballero

Va encargá a unos criaus que descargasen el baúl y lo llevasen al salón principal del palacio.
            —Bien, voy a abrirlo para verlo—Va di Doña Blanca.
            —¡Ah, un momento!—La va frená el Caballero—Si queréis abrirlo se debe desalojar antes el palacio. Que todos los soldados que lo custodian y todos los criados que os sirven, se alejen una distancia no inferior a la que alcanza una piedra lanzada con honda. También deben desalojarse todas las casas y viviendas que rodean el palacio. Yo no puedo garantizar que todas estas personas estén a salvo, si se abre el baúl.

Doña Blanca se va quedá petrificada, y como é natural sin atrevese a’brilo p’el miedo a que pasase lo que le diban.

Entonces va intervení su pare:

            —Mi muy amada hija, este Caballero te ha traído aquello que deseabas, por lo tanto, tu ahora debes cumplir con tu palabra dada y casarte con él.

Y así va pasá, se van casá y s’en van i a viví al palacio d’aquel Caballero, que tamé era muy rico, casi tanto como Don Fabrique. Se van llevá el baúl, que ninguno se v’atrevé a abrí.

Van i pasán los años. El matrimonio no va sé de los más felices; pero tampoco de los más desgraciaus. Van tení hijos y nietos y biznietos y ya cuan se van fe muy viejez, pos se van morí.

Muchos años después de to esto que conto, un biznieto u quizá tataranieto de Doña Blanca y su marido, v’abrí el baúl cuan ya s’habeba perdiu la memoria de perqué estaba cerrau, y dentro....... ¡No ñabeba nada, estaba vacío!

A toz mis güenos amiguez qu’haigaz leiu este cuento, una cosa quereba añadí: Cuan tos encontrez con un problema que paezca qu’é difícil de solucioná, intentaz rebuscá y a lo milló con una miqueta de inteligencia, la solución no é tan complicada.


                                                                                              Francho Chardiz