Coroneta

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Una coroneta cortada per la mitá
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lunes, 15 de agosto de 2016

De noche p'el camino del cementerio




El Casino, como toz los bars de Estadilla, estaban abiertos per la noche hasta qu’el último parroquiano s’en ise. Entonces cerraban. Una noche s’en iba ya de los últimos el Siño Enrique el Barbero y se va trobá en la pllaza a Toribio (Un gitano que llevaba años en el pueblo). Como feba güena noche, y ninguno de los dos teniba prisa en ísene a dormí, van empezá a caminá calle San Juan p’arriba. Charrán, charrán, llegan a la calle San Luis y chiran p’el camino del cementerio. En las Espeñetas  estaba el último punto con luz. Era’l momento de da la güelta. Pero los dos van pensá que si diban de torná enta tras, el otro creería que era perque teniba miedo. Total, qu’el uno p’el otro, cada vez más p’arriba. To estaba muy oscuro, como gola de llobo. To era silencio. Hablá, ya casi ni hablaban. Pero los jodidos, aguantán hasta que van llegá a la misma puerta del cementerio.

Cuan ya’estaban allí, Toribio s’arrodilla y con los brazos abiertos en cruz, empeza a escllamase a grito pelau:

            —¡Hay hermano mio!. Yo no lo quería hacer, perdóname. Bien sabes tu que soy buena persona. No fue culpa mía—Y así seguiba, como si la concencia no la tenise del to tranquila con alguna cosa de feba años.

El Siño Enrique, al veyé a Toribio en aquella postura, con aquella oscureldá per to’lrededo y aquellos gritos allí debán, le va cojé una coseta per la boca’l estómago (chunto con el cangelo que ya llevaban), qu’arranca a corré cara ent’abixo. Pero aun no habeba llegau pas a la primera regüelta, que Toribio lo pasa corrén como una bala. En un santiamén lo va perdé de vista. Escapaba com’alma que lleva’l dimonio.

Los dos van i a pará a la pllaza. Allí s’encontran, con un sofoco y un sobraliento que casi no podeban ni hablá.

            —¿Qué has visto algo, Enrique?—Pregunta Toribio con la llengu’afuera
            —Yo no; pero como t’he visto que estabas hablán con no se quí….—Contesta.
            —¡Ay, Enrique!. Yo tampoco; pero como he visto que corrías….¡Pensé que sí!

No se cual de los dos va pasá más miedo….

Se van fe muchas risallas d'aquella historia, empezán p’el mismo Siño Enrique, que le daba aquella chispa de gracia tan propia d’él.




                                                                           Francho Chardiz